GIGANTE (cuento)

Gigante


Eriberto jugaba con su hermanita tras la cortina muy bien cerrada. Debajo de la cama, donde él estaba agachado, dos personas discutían. Entonces una de ellas, asustada, huyó hacia el carro sin ruedas que era el tenis de Eriberto. Salió disparado, dando tumbos, y se estrelló con un edificio. Enseguida tomó el otro un convertible y salió hacia donde había sido el accidente. Eriberto se apresuró para regresar un poco el tiempo. Salió del cuarto a la cocina por una bolsa del súper. Su madre le dijo que se pusiera los zapatos.
Llegó justo antes del accidente. El accidente ocurrió de nuevo pero, esta vez, se pudo ver  y escuchar la explosión y una bola de humo blanco salió volando del automóvil flotador. Su hermana remodelaba la mansión, las muñecas no se daban cuenta de que no había paredes. Pero ella sabía más que las muñecas, entonces sí que había paredes y un suéter verde para el jardín. Luego ella quiso más luz. Fue a la ventana y Eriberto le dijo:

–No, espérate. Tenemos que hacer un plan. La hermanita obedeció.
–¿Hay que guardarlo todo? Dijo ella, mientras remodelaba más todavía la mansión de Batman de su hermano.

La luz se hacía dura afuera y se sentía mucho calor. El cuarto estaba en penumbras y a la niña le dio miedo. Su hermano se había ido. No había ruido. Sólo gritos, voces raras y su madre que acomodaba los trastes. Siempre se rompía uno. Ese día no.

–Eri, ¿dónde estás? Ya sal o le voy a decir a mi mamá.

La niña se salió de la recámara, pero cuando lo hizo sonó el teléfono. Caminó sigilosamente hacia atrás y se metió debajo de la cama. Ahí estaba su hermanito.

–Ay, menso, aquí estabas. Eres malo. Me querías asustar.
–¿Qué tal si ya viene? Dijo Batman. Lo mejor será evacuar la ciudad. Las muñecas deben esconderse atrás de la ropa. Ustedes (le estaba hablando a los animales, a los hombres) en el estacionamiento. Tenemos que vigilar.

Eriberto y su hermana acomodaron los autos en una gran hilera que no dejaba ver debajo de la cama. La mansión  y el edificio de los guerreros se desmantelaron y la ciudad se volvió un pueblo fantasma. Los enormes peluches se voltearon de espaldas para parecer montañas. La niña esperaba a su hermano debajo de la cama. La muñeca princesa no podía dejarla sola. La princesa se escondió también detrás de los zapatos. Eriberto se asomó por la ventana, corrió apenas un poquito la cortina para que nadie pudiera mirarlo. Había niñomalos en la calle, con sus bicicletas.  No. No era eso lo que venía. Los niñomalos nunca llegaban a esas tierras. Le tenían miedo a mamá. A los platos rotos. A sus gritos.
Se oyó un ruido: la puerta siempre se azotaba. Luego Eriberto se asomó un momento y alertó que había llegado el gigante. Los juguetes más cobardes rompieron filas, salieron volando. Los guerreros tuvieron que imponer el orden. La tía Ema venía. Ella era buena pero siempre traía al gigante. Eriberto no tuvo tiempo de esconderse. Su mamá les dijo que salieran. Entonces Eriberto  se asomó y el gigante  estaba ahí, sentado.

–¿Porqué no quieren salir? Le dijo a la tía Ema el gigante. Ella no respondió.

Entonces mamá hizo salir a Eriberto pero su hermana salió de inmediato a saludar con una gran sonrisa a la tía Ema. Luego a Gigante. Eriberto era el único que se había portado mal. Eriberto saludó y los planes fracasaron:  las casas fueron destruidas. Gigante preguntaba si eran casas, si eran edificios, pero Eriberto tenía mucho miedo, así que Gigante destruyó todo. Ella llevó a la princesa con la tía, mientras, el niño le decía a Gigante que en su cuarto no había tantas cosas como en la casa de tía Ema. Por cada juguete de Eriberto Gigante tenía cinco más, diez más. Las casas, los rascacielos de cartón de Eriberto, Gigante los tenía de plástico, eran de pilas, hacían ruido como los de la tele. Uno de los guerreros salió herido porque Gigante le preguntó  a Eriberto si tenía Caballeros del Zodiaco y él le dijo que sí. No supo por qué delató al guerrero, era su mejor amigo. Gigante quería ver si era real y lo que no sabía Eriberto era que Gigante ya tenía cuatro. Pero ese no.

–¿Me lo regalas?

Eriberto dijo que no. Gigante se puso rojo.
–Toma tu cochinada.

El guerrero salió volando y se estrelló con la pared. Su armadura llovió por todas partes y sus brazos y sus piernas se aflojaron. Eriberto nunca juntó las piezas y, cuando su hermana regresó, les dijo:

–Mi mamá nos dijo que recogiéramos el cuarto y el menso lo desacomodó. Te voy a acusar.

A partir de entonces, Eriberto se fue a vivir a la ciudad, con muchas cajas de alto, en la esquina de la habitación. La hermana y sus muñecas vivieron felices del lado de la ventana abierta. Debajo de la cama sólo quedaron zapatos y un escudo pequeñísimo oxidándose en las sombras.



en La Novela Zombi. Ficciones (Conaculta,2014)

https://www.fondodeculturaeconomica.com/Ficha/9786075168814/E






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