ADIÓS, SUSANITA

ADIÓS, SUSANITA (cuento)


Todas las mañanas Mariana se levantaba y corría por los cuartos de su casa. Había cinco habitaciones, dos de las cuales eran ocupadas por su padre y ella y no por la obsesión retratista de su madre. La sala estaba muy bien provista. Tenía viejos muebles de hierro. La mesa estaba rodeada por sillas de madera negra y tremendos cuernos de cerámica (que su padre cuidadosamente había redondeado con una fresadora y cubierto con plástico para evitar que sufriera algún accidente). En el jardín de la parte trasera había macetas y una pequeña fuente pegada al muro, donde  Mariana se pasaba las tardes jugando con sus muñecas: Susanita, por ejemplo, a veces era madre y otras hija.

Una noche la casa se llenó de personas alegres y su padre se apresuró a dejar libres a aquellos animales toscos. Había ruidos como de estampida y una música de burla. La letra invitaba a todos a carcajearse del mundo, según entendía  la niña. Los cuernos se movían pesadamente, las patas crujían y golpeteaban. Una de esas sillas crujía más. Ella se encontraba en medio de la muchedumbre y las caras adultas iban de un lado a otro; sus bocas revestidas de tonos graves soltaban palabras que la niña observaba absorta mientras transcurrían sobre ella con sus alas misteriosas. Una mujer tenía la mirada de la noche. 

Durante toda la fiesta estuvo huyendo de ella pero, cuando creyó que se había marchado, la descubrió saliendo de su recámara, seguida de su padre, y Mariana supo que la noche poseía su recámara. Corrió hacia allá y se encerró unos minutos; su padre le pidió que abriera y ella le contestó que no podía hasta que sus muñecas terminaran de vestirse. Abriendo sólo un poco la puerta, dejó que su padre le pasara un abrigo que olía como a persona sin cara. Sabía que esas muñecas ya no eran enteramente suyas. La silla más frágil se inclinaba con el baile y la sombra de sus cuernos  se iba haciendo más pronunciada. La  angustia de salir sola hacia la estampida de gente que se balanceaba en un baile de conjunto la conminó a omitir el agravio y se escondió cuantas pudo en el vestido, dejando a la madre de todas (la muñeca que había estado en esa casa antes que la niña misma, quizá desde que  la madre de Mariana vivía), reclinada en la cama, como una enferma que ya no tiene remedio. Los juguetes abandonados tenían la expresión ciega y carcomida de los paños llenos de tizne que su padre dejaba botados en la cochera. 
      Su padre fue tras ella pero la mujer con la mirada de la noche ya no lo dejó seguir avanzando. Mariana salió de prisa, abriéndose paso entre los pesados cuerpos de la gente que bailaba y los cuernos tambaleantes. La golpeó levemente la cadera de una mujer que giraba, luego el codo del señor que la hacía dar vueltas le pegó en la cabeza. Esa pareja se alejó asustada como si hubiera pateado un perro rabioso. Susanita se le cayó a Mariana cuando alguien la empujó. Así, la hija de Mariana terminó siendo arrojada al centro de la sala con una patada atropellada. 
      Susanita murió. 

Mariana no aguantó más y salió llorando ante las personas que se levantaban de los asientos, dudando en intervenir como si un vaso se hubiera trozado y prefirieran esperar al anfitrión para mostrarse acomedidos. El hombre de la silla frágil se levantó pero el declive de la misma se quedaría para siempre. El padre estaba al fondo de la noche, en el único cuarto donde su viudez no habitaba las paredes. Estaba lejos, estaba anochecido, sentado en el extremo de la pequeña cama. No se dio cuenta de que la muñeca enferma estaba falleciendo a sus espaldas.-


É.S. 2014 



#LANOVELAZOMBI






"Adiós, Susanita", en La Novela Zombi (Conaculta, 2014).


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