LA NOVELA ZOMBI por Mario Sánchez Carbajal
LA
NOVELA ZOMBI
por
Mario Sánchez Carbajal
La
novela zombi, de Ériq Sáñez, es un libro que con una
escritura franca y un lenguaje eficaz, aprovecha y pone a trabajar los recursos
y potencias de la brevedad. Una minificción o microcuento o microrelato o cuento
breve (o cómo se le quiera llamar que para el caso no importa, o quizá no me
importa a mí, pues el autor, en este caso y en atinada sincronía con el tono
sarcástico de su libro, le nombra novela a un libro de cuentos… y breves.
Aunque debo decir que la explicación al título de este libro no es únicamente
esta ironía sino un hallazgo lingüístico apoyado en una figura retórica y en
una frase luminosa que es un cuento entero, suceso que, para mí, no deja dudas
de la inteligencia sensible y del oficio que posee el autor al que nos estamos
acercando. Pero no voy a ser yo quien revele nada, ya cada uno de ustedes,
cuando la lea, verá por qué se llama La
novela zombi). Pero decía que el microcuento se presta para la
experimentación y el trabajo lúdico; sin embargo, estas mismas características
son sus propias detractoras, pues degeneran los límites y permiten la
abundancia de textos fallidos. Y hablo de fracasados cuentos breves sólo para
poner la marca que se encuentra en el extremo opuesto al libro escrito por Ériq
Sáñez, quien no falla en uno sólo de sus cuentos.
Hemingway expresaba que
el cuentista debía saber qué dejar fuera, qué no incluir en la narración, y que
además debía saber lo que más pudiera acerca del tema del cual hablaría, pues
era esto lo que cimentaba un cuento a pesar de que nunca se vería por escrito.
Me refiero a la manoseada teoría del iceberg cuyo quid es que nada más la
puntita debe narrarse. En los
cuentos de La novela zombi, estos
principios, además de estar perfectamente aplicados, lo que se queda fuera,
aquello que no se dice no sólo sustenta sino se vuelve el lugar donde se
mezclan los poderes de la narración, y entonces uno, cuando está leyendo,
imagina que debajo de las grafías evidentes todo se revuelve, se agita, se
aprieta, se enciende y revienta para dejar esa luz destellante y enceguecedora
y deslumbrante que son los treinta y seis cuentos que componen el libro. Los
registros son diversos y van desde la imaginación de un par de niños que pueden
construir y vivir un mundo fantástico debajo de la cama, como sucede en el
cuento titulado Gigante, hasta el
hombre que llega a su casa y, golpea a su esposa, “así, sencillamente”. Pero es
que en La novela zombi las palabras
no son inofensivas ni las expresiones gratuitas, y entonces un “así,
sencillamente” está cargado de razones, de emoción, de frustración, de un modo
de padecer el abandono y el desamor, y entonces, insisto, un “así
sencillamente” no es sino el resultado de la imposibilidad de nombrar lo que se
padece y duele, como nos sucede a todos nosotros todo el tiempo. (Basta con
recordar algo como “Mi amor, qué tienes” “Nada”. Tiene todo.)
En el libro de relatos
titulado Difuntos, extraños y volátiles
del escritor Venezolano Salvador Garmendia, uno de los personajes se percata de
que la mirada tiene una facultad que es “capaz de traer al exterior vetas y
caracteres de la naturaleza más oculta que las apariencias superficiales”,
incluso de aquellos objetos que observamos de paso en muchas ocasiones. Así,
este personaje, cuyo objeto mirado y descubierto son las manos de una anciana
que poseen una tonalidad rojiza y repugnante, descubre, al avanzar la
narración, que aquellas manos son capaces de paralizarlo, no de asustarlo, sino
de literalmente impedirle cualquier movimiento. Cuando yo leía a Ériq Sáñez, me
percaté de que los narradores de sus cuentos tienen la facultad expresada por
el personaje de Garmendia, son capaces de observar qué hay dentro de lo
evidente y extraer sus secretos. Y entonces el lector puede acceder a hallazgos
como el que sucede en el cuento titulado Entre
vidrios:
“Y digo bendito laboratorio. Qué absurdo. Pero
cuando venga Paty a preguntarme si la amo, entonces voy a rogarle al cielo que
un par de vidrios la rebanen para verla por dentro […] Me gustaría que Paty
estuviera así, quietecita, atravesada, entre dos vidrios, y me mostrara lo que
se guarda cuando se acurruca entre mis piernas.”
Y es que sólo una mirada
con la facultad de ver el misterio podría pensar en rebanar a su Paty, que cada
quien tiene la suya o el suyo y a veces hasta de a dos, para ver su reacción,
la reacción de adentro, la del alma, cuando le decimos te amo.
Desde Así, el primer cuento, hasta el último,
que lleva por título ¡Entérate!, la
voz narrativa, siempre cargada por un gran sentido del humor, crece y pasa por
distintos registros y voces inherentes a la anécdota que cuenta. Ériq Sáñez
trabaja con distintos registros lingüísticos y distintos tonos que evidencian
su pericia narrativa, su sensibilidad, su inteligencia para jugar con el sarcasmo
y ridiculizar al hombre y sus tragedias. La última frase del cuento llamado Ese par perfecto dice: “Es todo lo que
me importa recordar ahora: el cadáver de ese par de zapatillas contoneándose
sobre los cables de luz como recordatorio de la estupidez del amor”.
En la misma evolución
del libro es donde se encuentra el lazo que ciñe la unidad narrativa. El autor
nos lleva, sin ningún empacho, de lo real a lo fantástico y luego nos devuelve
y nos lleva nuevamente, y así nos va preparando para después poder acompañar a
un muerto que no sabe cómo regresar o para poder escuchar la voz de una mesa
que nos cuenta la historia de un hombre derrotado o a atestiguar la
civilización de las plantas. Si bien las anécdotas son contundentes dejan una
sensación de extrañeza, es como si luego de entrar y salir de un mundo
seductoramente fantástico, el día que se decide volver no se recuerda dónde
está la puerta. Es la fatalidad de no volver, pues la ironía y el sarcasmo, a
lo largo de todo el libro, son imposiciones del destino. (Aunque aquí parece
que los muertos sí pueden volver, pero sólo bajo una condición y situación muy
particular que descubrirán ya cuando lean libro). Se queda entonces el deseo insatisfecho y es el destino el
que apaga el celular, el que nos mantiene encerrados en una Pinche dimensión desconocida.
El libro es denso, no
por farragoso o ilegible o inteligible, es denso en el buen sentido, es decir,
por la sutileza y la inteligencia con que apela a su interlocutor quien debe
permitirse el asalto de la imaginación, la sensibilidad. La misma imaginación
está ahí puesta como opción para echar a un lado el hastío de “esos infructuoso
documentales de viajes por el mundo”, pues en lo soso de una programación
televisiva nada va a revelarse, nada va a ser tan emocionante como un hombre
enamorado desde hace años, y en secreto, de los zapatos de su mujer o una mujer
perdidamente obsesionada por el olor del látex, como sucede en dos cuentos de La novela zombi. Es la imaginación quien
nos arroja y nos rescata a pesar de que al final, como dice el cuento titulado Gigantes: “Debajo de la cama sólo
quedaron los zapatos y un escudo pequeñísimo oxidándose en la sombra”. ¿Estamos
condenados a no velar a los muertos y dejar que vuelvan?, les pregunto, y a su
vez les recomiendo, para encontrar la respuesta, leer este libro que muy
merecidamente obtuvo el Premio Nación del Cuento Breve Julio Torri 2014.
Mario
Sánchez Carbajal (Ciudad de México, 1983). Estudió el diplomado de creación
literaria en la Escuela de Escritores de la SOGEM. Ha publicado cuento y poesía
en revistas como Lenguaraz y Picnic. Fue becario del Fondo
Nacional para la Culturas y las Artes, Jóvenes Creadores, en las áreas de
novela y cuento. Trabaja como editor y corrector de estilo. Ganó el Premio
Nacional de Cuento Breve Julio Torri 2013, con el libro La línea de las metamorfosis (Fondo Editorial Tierra Adentro,
2013) y el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola 2014, con el libro
Muerte derramada.
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