La Érika

Cuando eres niño no tienes las palabras para comprender (sí, para comprender) ni las razones ni las mecánicas del odio. Pero el dolor es una lengua universal.

Cuando eres niño es duro  entender qué es exactamente lo que hace que los demás en el salón te cambien los pronombres, que ninguneén tu unicidad, que dicten sobre tu cuerpo. Es una experiencia repetida y cada vez, conforme ambas partes se vuelven más enteradas del poder de la palabra, más envilecida para el que lo padece. Uno comprende: la lengua es una lengua de dominio sobre el otro. 

Un día tu persona de 6 años se ve enjuiciada, sometida, rebajada, por una horda burlona. Erika. Es niña. Chulis. Y uno no entiende por qué es niña y uno no entiende, en todo caso, qué habría de malo en ello. Mas, como antes mencionado, es el lenguaje del odio con su dolor inflingido el que nos enseña la misoginia y, a un nivel que los niños no han sabido referir porque les es vedado, la homofobia. El último es vieja. Te enchinas las pestañas, Chulis.

El amor propio, el de la auto concepción que no veía necesario nombrarse, identificarse y defenderse, se ve mermado incluso antes de ser articulado por (ahora sí) le persone agredide, según su caso. Y aún antes que este niño pudiera entender la independencia de su identidad de género de la de sus deseos sexuales, de sus deseos bisexuales, un sistema entero representado por niños tan ignorantes de estas batallas pero partícipes del acribillamiento ya estaba juzgándolo. Adultos que le chiflan a un niño cuando regresa a casa. "Tíos" diciéndole a uno cómo hablar, cómo moverse, cómo ser. Adultos que aducen que uno fomenta que lo abusen.

Uno se vuelve duro. Uno se vuelve un compa más.

Me ha tocado leer, por poner ejemplos, que a una periodista le hablen de hombre en Twitter mientras tratan idiotamente de refutar sus argumentos. Su voz es más grave de lo aceptable. Su identidad está sujeta a escarnio, a desdecirse, a arrebatársele. Las violencias hacia la identidad que empiezan con tachar al sujeto, con condenarlo a un título (marica, marimacha, PUTO) son lenguas que envenenan la sangre del que odia, que conciben toda clase de putrefacciones. Burla, negación de derechos, atentados, golpes, violación, muerte. Ravelo.

En muchos años de vida adulta, la violencia de los pronombres parecería haber pasado. Si bien mi identidad de hombre ya no cedía a las niñerías de la risa estúpida, la bisexualidad abre camino a las posibilidades del odio en alguna compañera de chamba que no fue correspondida, a quien le comenté mi vida privada por cercanía (esa que sólo sabemos quienes tuvimos una tensión previa). El mecanismo. El dichoso mecanismo que yuga y subyuga. En dos ocasiones distintas se le salió un "amiga". La confronté. Su cambio autómata por no respetar mi sentir, en este ejemplo, se debía no al odio sino a la costumbre establecida, automatizada, de "hablarse de amigas" con sus amigos "gay." Y aquí regreso a los permisos de las mayorías y a los límites no puestos a tiempo, a las faltas de respeto y a las violencias "sin querer" o premeditadas. Dejó de hacerlo. Bisexual no es gay, gay no es ser mujer. Aunque hay hombres gay que se hacen llamarse mujeres. Son ellas quienes así lo determinan. Es aquella su comodidad y su identificación mutua. No se puede generalizar. No se debe.

Otro compa, que escuchó que la banda del Call Center me decía Rullah (Ruller-Rulo) y que no hablaba inglés hubo de activar el mecanismo: Le dicen a Rulo Rula porque es puto. Y a los putos les gusta que les hablen de mujer. Esa, más que una confrontación, fue un alto severo. Enojado. Harto. Gritado y casi a trompadas. Es posible hartarse. Es posible estar hasta la mierda, no con uno, con todos. Con el mecanismo. Con el sistema. Con el peso de la nulificación del ser. Es posible llegar al punto de quiebre porque han muerto personas. Porque mi identidad NO es una cosa nimia. Porque yo no soy una ridiculez, porque mi estabilidad emocional no es un berrinche ni un querer llamar la atención. Porque niños de 12 se han querido aventar del tercer piso de la secundaria. Porque nos* hemos suicidado. 

Une persone no binarie se ha vuelto causa de burla, de risa, de mansplaining, de trivialización, de nulificación. De humillación. Son los mecanismos del odio.


El odio grita más y su lenguaje es la horda.

No lo podemos permitir.







Ériq O Rulo Sáñez




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