UN CUENTO DE NAVIDAD



GAFAS OSCURAS 
PARA NAVIDAD



Faltaban pocas horas y la situación parecía triste e insalvable.
 Los caminos cerrados, los encuentros, 
truncos. 

Como en película de navidad,
 hallábase impedido
 por una tormenta de nieve.

 Sin hogar,
 sin hijos, sin salud, sin dinero,
 sin trabajo, sin familia, 
sin esperanza ni motivos,
 sin certeza en el amor.


 Feliz Navidad, "joven" artista.
 En su camino vio gente feliz yendo de la mano,
 familias divirtiéndose,
 compradores de última hora motivados por llegar a algún hogar,
 no a un cuarto solo,
 repartiendo su cariño con aquellos a su lado. 

       En medio del regocijo se detuvo
 y descubrió que no tenía a dónde llegar.

 Porque estar en ningún lado es lo mismo que no ser.

 Y cuando no importa tener ninguna ubicación,
 parece opción igual el detenerse o dar un salto. 

En el camino varias personas la notaron,
 su consternación.
 Ya era muy tarde para usar los lentes.
 Ya iba en el metro como para andar con lentes;
 en el microbús, 
lo mismo.
 No dés pena.

 Piensa en otras cosas, finge enojo, finge desesperación, ya no seas puto; 
pero eran reales y propensas a la lluvia. 

      Cenó en el único restaurante,
 pletórico de numerosas o pequeñas, multiformes familias.
 Un músico cantaba temas populares.

 El joven-no-tan-joven-hombre se sintió aliviado.
 En su andar había estado a punto de derrumbarse 
pero allí 
cualquiera hubiera pensado que el efecto del trovador era poderoso en él,
 falsa, falsísimamente.
 Los ríos que no fluyeron no eran de melosas baladillas de cantante de bar. 
Agradecido de no hacer escenas, prefirió sacar un libro. 
Leyó un cuento, 
un cuento donde dos sombras humanas ya no encuentran la felicidad. 
      Familias numerosas, familias extensas, amigos jóvenes, amigos ancianos, amantes.


 Y entre el bar y el restaurant,
 improvisada, 
una mesa para uno,
 con otra silla delante.

 Mientras comía, no podía tener el libro abierto.
 Esa sensación regresaba. 
La densidad,
 las navidades humillantes para un niño,
 las hermosas de un adolescente que lo echó todo a perder,
 entremezcladas,
 azotándolo en la mente como ráfagas
 peleando por hacer nido en la nada de una noche. 

Los lentes,

 ponte los lentes, idiota, se decía. 
Resiste, 
la gente va a mirarte.

 La lucha.
 Mira alrededor: nadie. 
Obviamente.
 Nadie ve nada.

 En su recorrido se topa su mirada con un joven, mirándolo.
 En sus ojos estaban todas las miradas que nadie más le estaba propinando. 
Una vergüenza monstruosa derribó su mirada,
 el joven lo notó y, avergonzado también, 
siguió hablando con su padre y con su hermano.

      Acabó su primer tiempo, leyó. 

Pero luego un milagro ocurrió en las páginas
 y se encontró riendo,
 y marcando pasajes,
 y riendo una vez más,
 embelesado con la grande prosa. 

Así, el joven-hombre descubrió que sí hay motivos para celebrar, que sí se puede combatir a una tormenta. Y se prometió a sí mismo que, de ahora en adelante, su meta sería escribir recuerdos nuevos, que la alegría podía habitar en él pese a la vida. Acabó, caminó un largo rato y llegó a casa. Esa noche él reinventó la navidad y prometió hacer de lo que lo salvó una celebración. 
     
Olvidando aquellas gafas en la mesa solitaria.






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