É.S. 2019 Como una lluvia que no cesa, piedras Casi anochecía y aún no llegaba a casa. Su vecino, Manuel, seguía sin amarrar sus cinco perros. Cuando era niña, Luisa había sido atacada. De no ser por don Emilio, su padre, que se dio cuenta a tiempo, hubiera sido peor. Luisa ya no recordaba el hecho pero cada vez que escuchaba los ladridos, sentía un ligero adormecimiento en la enorme cicatriz del cuello, que siempre cubría con un chal cuando hacía frío o un paliacate que le combinaba con el uniforme de la secundaria diurna. Aquella sensación era como si un ciempiés rozara su cuello con sus diminutas patas, escalando y aferrándose a sus prominentes y repletas venas, para llegar a su oreja y anidar allí, no sin antes sacudir con sus antenas los finísimos vellos que nacían de su piel. Luisa se zarandeó y se sobó frenéticamente el cuello, apartando el paliacate que la sofocaba intensamente. "Voy a agarrar piedras otra vez, para asustarlos. Se está ponien...