Algo a propósito de los chismes literarios
La terquedad de forzar un canon en nuestros días ha llegado a fusionarse con los esquemas meritocráticos priístas y la lucha por consolidar figuras que tomen las curules de la relación entre la intelectualidad y la política.
La institucionalización de las letras mexicanas, bajo este régimen, tenderá a favorecer, ya mediante ligas de afinidad estética o nepotista, ya mediante un honesto trabajo de curaduría, a algunos autores sobre otros (promoción, plazas, becas, ferias de libros o antologías) con una muy variable preocupación real por la cultura o la calidad. Si nuestra labor artística es promovida, logremos regocijarnos por las obras que salgan avantes y nos representen bien; obras que, con apoyos o sin ellos, lograrán la trascendencia y el gusto lector en la medida de sus cualidades intrínsecas.
Ante este sistema es normal la disidencia, la periferia celosa y más bien reafirmadora de la importancia del canon. Trabajar la literatura como una guerra de poderes fácticos arremete contra lo que las partes en disputa buscan: promover la buena literatura (y en muchos casos condenar su idea de la que no lo es). Cosa de risa en pleno siglo XXI, los intentos de imponer una visión totalizadora o una disidente y transgresora; ya ni hablar cuando se trata de meros rencores privados entre personas, grupos y modos de escribir. Los lectores no harán caso de estos intentos paternalistas cuando la realidad de nuestro tiempo es la de la multiplicidad de la escritura y la de la libertad lectora, llámense lectores "de a pie", colegas autores o lectores públicos (literatos, críticos, booktubers, quien sea).
Por más que quieran y traten algunos, ningún honor negociado, ningún pase VIP editorial, ninguna crítica devastadora o canonizadora puede alterar la realidad de la obra y la valoración, tan aceptable como cualquier otra, de todo aquel que abra un libro y se adentre en él. La labor facilitadora del crítico no debe desvirtuarse en pavoneos vacuos y guerras personales ni la carrera de un escritor solventarse con honores negociados, sea en la burocracia cultural o en mafias internacionales.
Al final del día, los libros van solos. Todo espectador de la obra de arte es un crítico pues se vale de un bagaje y una sensibilidad particular para reaccionar a la misma y expresar libremente su apreciación a quien pueda y quiera oírlo. La críticas aceptadas por el stablishment son relevantes en la medida que el medio les da tal relevancia pero no dejan de ser una postura personal cuando abandonan su valor didáctico. Denunciemos, sí, pero jamás juzguemos la obra por algo ajeno a sus páginas. –É.S.
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