8 de marzo, 2017


Hoy no pretendo regalar flores de tinta a mis amigas. Las abrazo mas en una misma lucha. 
         No faltan los gritos en contra:  ¿por qué no hay un día del hombre, de los heterosexuales, de los blancos, de los ricos? Porque no los matan por ser lo que son. Porque no los humillan, no los violan con impunidad. Porque el mundo y las oportunidades, la ley, los ha favorecido sobre el resto del mundo por centenares de años. Porque su día, en fin, es la historia de la humanidad. Porque la mujer, siendo mayoría, sigue en estado de sometimiento y vulnerabilidad por esa parte del mundo que, ante la posibilidad de perder el privilegio, tergiversa las luchas sociales. Un mundo donde todos tengan la misma calidad de salud, de economía, de oportunidades y de expresión los aterra. Un mundo donde las mujeres tengan el merecido lugar significa para ellos un mundo donde ya no tienen la mitad resuelta; un mundo donde las oportunidades y las aptitudes se demuestran y no se suponen por ideas arcaicas de supremacía. 
           Yo fui  educado por dos mujeres abismalmente distintas. Con la segunda mi espíritu, mi educación moral se conformaron. Anabel, se llama. Y orgullosamente me sé feminista desde que tenía 14 años. A mi generación le ha tocado ver el mundo cambiar, a las leyes cambiar, a la cultura cambiar en forma esperanzadora pero, a la vez, fuerzas de lo vil, del sometimiento y la ignorancia radicalizarse en expresiones de odio ciego y retrógrada contra los logros de un mundo que ya no les pertenece. Yo no voy a regalarles una flor porque yo la vi perder sus pétalos bajo los puñetazos de un hombre. Y vi a aquella mujer segunda ser feliz, ser plena y muestra de valor, de compasión y de genialidad.  Yo quiero eso, quiero un mundo donde una mujer decida un rumbo y nos dé aliento.


Durante mis años en la carrera literaria -y cabe decir, en tantos otros ámbitos- he notado cómo las oportunidades sesgan un fértil y nutrido campo de escritores, dejando únicamente a los hombres siendo mayoritariamente conformado por mujeres. He visto y jamás he callado ante el hecho de que maestros, directivos, colegas, menosprecian y, como he mencionado, en temerosa cautela, acotan el panorama literario. A veces me parece un acto inconciente, un atavío machista del que no reparan. A veces, enfurecido, termino discutiendo cuando los machines se juntan y empiezan a soltar lo que en los foros no se atreven. Yo no puedo callar ante lo que creo injusto. No pocas veces me he autoalienado cuando alguien –estoy recordando- hace una burla de las personas con síndrome de Down. Yo no soy cómplice, yo no me callo. Yo prefiero que alguien sepa que conmigo no hay “corrección política” como la tildan; no es corrección política, es ser hipócrita. Es ser hipócrita que los machines al estar solos se dediquen a menospreciar a las escritoras, a juzgar quién está buena. Porque una amiga me dijo llorando haber escuchado la razón por la que no le dieron una beca. Es ser hipócrita decir que “todos somos racistas” justificando la pigmentocracia; es hipócrita. Es hipócrita burlarse del origen étnico y social; decir que un gay es “descarado”. Es de cobardes pero, más allá de lo moral, es fundamentalmente injusto y revela la desigualdad y la supremacía. Es jactancioso.



Un hombre no debería regalarle, cederle, permitirle nada a una mujer. En el mundo por el que yo quiero luchar, el día de la mujer será celebración de lo igual. En vez de una florcita en la oficina me gustaría que hubiera para las mujeres un lugar en donde no las maten. Un lugar donde las mujeres no tengan miedo a andar solas. Un lugar con más mujeres en la ciencia y en el arte, en el poder. Un lugar donde esto ya no sea un asunto. Yo no viviré para verlo (2070 dicen los estudios) pero no pienso callarme ni un sólo día para que pase.







CTTA-TTR-TGE


R.S.


  

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